A sus más de 80 años, Efraín Mariluz Jara, uno de los últimos sobrevivientes del trágico aluvión que sepultó Yungay en 1970, sobrevive en condiciones de extrema precariedad en la provincia del Santa. Su existencia, marcada por la tragedia y la resistencia, ha caído en el abandono.
Hace más de cinco años, su historia tocó el corazón de quienes lo conocieron. Caminaba por mercados y calles con un fajo de fotos en blanco y negro que mostraban la destrucción de su tierra natal. Orgulloso de sus raíces, relataba con emoción el horror que vivió aquel 31 de mayo de 1970, cuando un alud borró del mapa a la ciudad de Yungay.
Hoy, sin familia ni un hogar digno, Efraín depende de la generosidad de vecinos que le han ofrecido un rincón donde pasar las noches. Quienes lo recuerdan destacan su honestidad, su espíritu trabajador y su lucha incansable por mantener viva la memoria de Yungay.
Su situación es un grito silencioso que exige atención urgente de las autoridades de Áncash. No se puede permitir que un testigo viviente de una de las mayores tragedias del Perú termine sus días en el olvido. Efraín Mariluz no solo merece respeto; merece vivir sus últimos años con dignidad.
