La bicameralidad no solo resucitó una segunda cámara, también revivió el instinto de supervivencia de los viejos políticos. Y en Áncash ya desfilan los mismos rostros de siempre, esos que alguna vez se sentaron en el Congreso y ahora ven en el Senado la oportunidad de volver a tocar el timbre del poder.
Los nombres en vitrina son conocidos: Elías Varas Meléndez, María Cristina Melgarejo Paucar, Fredy Otárola Peñaranda, Waldo Ríos Salcedo, Kalin Domínguez, Yesenia Ponce, Kelly Roxana Portalatino, Jhosept Pérez Mimbela y María Elena Foronda Farro. Una mezcla de recuerdos ingratos, promesas incumplidas y alguna que otra esperanza perdida.
La jugada es simple: la ley dice que para ser senador se debe tener 45 años cumplidos al momento de postular o haber sido congresista o diputado. ¿Resultado? El atajo perfecto para que quienes ya pasaron por el hemiciclo intenten repetir la dosis, sin importar su edad ni su pasado.
Los partidos, fieles a su costumbre, prefieren apelar al “arrastre” de nombres viejos antes que apostar por sangre nueva. No se trata de ideas ni de propuestas, sino de votos y de la cuota de poder que garantizará estar en la cámara más codiciada. Porque el Senado —con solo 60 integrantes— será el club exclusivo donde se aprueban o rechazan leyes, se nombran altos funcionarios y se negocian favores de alto calibre.
Áncash, por su parte, tendrá un espacio reducido: un solo senador y cinco diputados. Una silla dorada que todos codician, aunque eso signifique ofrecer a la región un menú reciclado.
Y así, mientras el discurso oficial habla de “reflexión” y “equilibrio político”, en la práctica se abre una nueva pasarela para los mismos de siempre, dispuestos a colarse en el flamante Senado. El cambio prometido huele más a repetición.
